"Para los olvidados de Pakistán, lo peor está por llegar"
El cooperante Guillermo Maceiras ha pasado las últimas semanas en Gilgit Baltistán, una zona al extremo norte del país, azotada por las inundaciones pero demasiado lejos para que llegue la ayuda oficial
MARIANGELA PAONE - Madrid - 20/08/2010
Hay un rincón de Pakistán donde los efectos del desastre natural que se abatió sobre el país en las últimas semanas son, si es posible, aún más tremendos. Engastada entre China e India, la región de Gilgit Baltistán se encuentra en la zona fronteriza disputada por Islamabad y Nueva Delhi desde la independencia de Reino Unido, en 1947. Si la presencia del Estado, con sus recursos y sus instituciones, en condiciones normales se deja ver con cuentagotas, en la emergencia los vecinos de estos valles rodeados por las montañas más altas del mundo, son los últimos a tener acceso a las ayudas.
"Son los olvidados de Pakistán. Lo han sido siempre desde que el país e India se independizaron". Guillermo Maceiras es un cooperante español de 34 años que volvió el pasado lunes tras casi un mes de estancia en este lugar remoto de Pakistán. Trabaja para una pequeña ONG fundada hace diez años por un grupo de montañeros vascos en memoria de Félix Iñurrategi que murió durante una expedición en uno de los ochomiles que cercan Baltistán, el Gasherbrum II. "Un paquistaní local, Ibrahim Rustám, que había participado en varias expediciones decidió fundar una escuela para montañeros, para que no se murieran tantos sherpas en las escaladas. Era muy amigo de Félix y cuando él murió, pidió si podía cambiar el nombre de su escuela para intitulársela. La respuesta de los españoles no fue solo que sí: les dijeron que crearían una fundación para ayudarles", cuenta. Y nació la Félix Baltistán Fundazioa que abrió su sede a Machulu, un pequeño pueblo en el valle de Hurshé.
Ahí tenían que llegar Maceiras y su compañero Ortzi Akizu, cuando aterrizaron a finales de julio al país. El viaje planeado para revisar y avanzar en los proyectos de la fundación se convirtió en una expedición de emergencia. "Yo llegué el 26, Ortzi cuatro días después. Nos cogió el primer golpe de la lluvia monsonica. La capital se inundó y nos dimos cuenta que teníamos que tomárnoslo con sentidinho como decimos en Galicia, con mucho cuidado", relata el cooperante. Sentado ahora en una cafetería del centro de Madrid, muy lejos de las imágenes de destrucción que dejó a sus espaldas al salir de Pakistán, habla sin parar y parece que una noche le haya sido suficiente para borrar el cansancio de semanas pasadas en condiciones extremas. "Cuatro días después de llegar a Islamabad, nos arriesgamos y buscamos la manera de llegar hasta la Karacorum Highway, la vía de comunicación principal entre las zonas del norte y el centrosur y que estaba cortada. Pasamos en varios pueblos y pudimos ver la situación global. Después de Narán, ya en el norte, encontramos el primer puente cortado y estuvimos ayudando a la comunidad local a construir una estructura temporal con troncos y madera". Cuenta Maceiras que tuvieron a veces que hacer hasta 5-6 kilómetros andando y cambiaron muchas veces de todoterreno a medida de que íban dejando el anterior en la otra orilla de un puente destruido. Para hacer 600 kilómetros tardaron tres días, asegura, por carreteras "arañadas a la montaña" donde "los riachuelos que normalmente en verano de deshielan en algunos puntos se convirtieron en una catarata que se llevó la carretera".
Cuando finalmente consiguieron llegar a la sede de la fundación, en Machulu, se encontraron con la desesperación de la gente que además de perder, en algunos casos, la casa y el negocio, se ha quedado sin nada a tan solo pocas semanas del comienzo del invierno. "A 3.000 metros de altura el invierno llega a septiembre. Las temperaturas llegan hasta menos 20", explica Maceiras. En una zona que dista cuatro horas de la primera ciudad con aeropuertos ("pero los vuelos la mitad de los días no salen"), que tiene como única vía de acceso una carretera de piedras y cuyos habitantes viven de agricultura de subsistencia, la pérdida de las cosechas que la inundación ha causado agranda las dimensiones del desastre. "Ya no solo preocupa lo que va a pasar en este momento sino lo que pasará cuando llegue el invierno. Con la falta absoluta de seguridad alimentaria y familias enteras sin hogar. Lo peor está por llegar. Estás demasiado lejos para que se ocupen de ellos".
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