miércoles, 24 de noviembre de 2010


Discurso del Laureado Abel Barrera Hernández
Premio de Derechos Humanos de Robert F. Kennedy
En el mundo de las montañas, donde yo nací, los verdaderos sabios son los hombres y mujeres de corazón limpio y generoso, que han luchado para defender el territorio, la lengua, la identidad y, sobre todo, la dignidad de los pueblos.  Hoy, en ustedes y en el Centro Kennedy he encontrado esos mismos valores, desde el prisma de los derechos humanos.  Son también sabios y sabias que hablan con el corazón y que se hermanan con quienes estamos muy distantes de los centros de poder. 

En la región donde crecí, los pueblos siguen clamando justicia.  Entregan su vida para defender sus territorios y  reivindican sus derechos colectivos para el buen vivir. Ahí habitan los na´savi, hombres y mujeres de la lluvia; los me´phaa, hijos e hijas del fuego; los nahuas, de la palabra sabia y dulce; los nanncue, de la palabra del agua. 

Aunque los pueblos de la Montaña forman parte de la civilización mesoamericana y conservan con orgullo su identidad, el olvido al que han sido condenados por los gobiernos colonialistas es tan fuerte y doloroso que causan muertes de niños y niñas por falta de atención médica; muertes de hombres y mujeres a manos de corporaciones policiales corruptas; muertes de jóvenes que dejan su vida en el camino, al intentar cruzar la frontera en busca de mejores oportunidades. Muertes, en fin, causadas porque las autoridades mexicanas simplemente no tienen un compromiso con los pueblos indígenas para defender sus derechos fundamentales. 

De esta realidad nació nuestra indignación. La tristeza se anidó en nuestros corazones y la impotencia quiso inmovilizarnos. Pudo más la entereza y el pundonor para no permitir que se siguiera pisoteando la vida de los pueblos olvidados. 

En 1994, en un pequeño cuarto de hotel, donde aún nos aprisionaba el miedo y el desconcierto por tanta iniquidad,  surgió Tlachinollan como un instrumento de lucha puesto al servicio de los pueblos indígenas. 

En medio de nuestra fragilidad institucional y con nuestras limitaciones personales, empezamos a documentar el sufrimiento de la gente, a escuchar las voces de los indígenas torturados y de las víctimas de detenciones arbitrarias y de familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales. 

Con dolor registramos las masacres, las desapariciones y las ejecuciones extrajudiciales. Las violaciones de los derechos a la educación,  a la salud, vivienda  y alimentación de los indígenas, son interminables.   

Cuando empezamos a unir nuestras voces con la del pueblo sufriente, la respuesta del poder vino pronto. Llegaron a nuestros oídos voces amenazantes. Nos dijeron “Los vamos a matar”. Pese a ello, logramos mantenernos fieles al llamado del pueblo para defender juntos sus derechos. 

Encontramos fuerza en los hombres y mujeres del campo: ellos y ellas han sido nuestros guías; han alimentado nuestro espíritu con cariño y con un profundo sentido de hermandad. Las amenazas a nuestro trabajo no fueron pasajeras, no cesaron. Hoy, a pesar de que contamos con medidas de protección ordenadas al Estado Mexicano, vivimos con miedo. Hemos tenido que cerrar una sede en el municipio de Ayutla y varios defensores y defensoras de organizaciones hermanas han tenido que salir del estado para salvar sus vidas.  
  
Actualmente, el torbellino de la violencia que se vive en México nos arrastra al mundo de la barbarie. Hoy, en nuestro país, la sociedad se encuentra inerme entre la violencia del Estado y la que genera el crimen organizado. Se habla en nombre de la ley, pero en nuestra región sabemos que son las autoridades las primeras que violentan esa misma ley. Por eso no podemos sumarnos a quienes en México y aquí en los Estados Unidos quieren combatir la delincuencia organizada desde la lógica de la guerra militarizando al país, porque no se atacan las raíces de ésta connivencia que se da entre el poder político y el poder del narcotráfico.

En la Montaña de Guerrero hemos registrado, durante años, las consecuencias del despliegue militar en las comunidades indígenas. Ahora pienso en Inés y Valentina, dos mujeres del pueblo Me’phaa, que a la edad de 16 y 25 años, fueron violadas y torturadas por miembros del Ejército mexicano en el 2002.  Ellas por alzar su voz fueron amenazadas y perseguidas junto con sus familiares. Su afán de justicia fue atendida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, quien sentenció al  Estado mexicano, para que las autoridades civiles investiguen y castiguen a los militares por estas atrocidades. 

En este caminar largo y tortuoso, se consumaron más tragedias; mataron a Lorenzo Fernández, desaparecieron y ejecutaron a Raúl Lucas y Manuel Ponce y encarcelaron a Raúl Hernández.  Todos ellos por una causa común: por defender los derechos de los pueblos indígenas. 

Señoras y señores: la realidad de la Montaña de Guerrero es atroz, sumamente trágica. Los casos de 107 defensores y defensoras amenazados lo dicen todo. Las ejecuciones de defensores y la salida de dirigentes es consecuencia de estas graves amenazas. Estos son los rostros ocultos de lo que no aparece en el espejo de los círculos gubernamentales. Los rostros sufrientes de mexicanos y mexicanas son lo que siempre se esconden, se silencian y se maquillan. Las autoridades han impuesto una política económica centrada en la integración comercial y en la máxima ganancia, devastando la vida de trabajadores y trabajadoras- una política que ha desmantelado el mercado interno, profundizando la desigualdad social y acrecentando el proceso migratorio.  

La política de seguridad y la guerra contra el narcotráfico, ha dado como resultado una violencia creciente e imparable, que se ha traducido en una guerra contra los pobres. 

Ustedes, desde estos espacios, pueden incidir en cambios profundos, pueden ayudarnos a cambiar estas políticas. En Tlachinollan nuestra convicción es trabajar juntos, en un nuevo proyecto societal donde impere el respeto a los derechos humanos. Así honraremos de la mejor manera la memoria de Robert Kennedy, cuyo legado no sólo nos convoca e interpela sino que es una fuente inagotable de inspiración para continuar esta larga marcha por la justicia global.

Al igual que los pueblos indígenas de Guerrero,  alcemos nuestra voz para que pare la guerra, para que no se criminalice la lucha por la justicia de los defensores y defensoras, para que no corra más sangre inocente entre los pobres y para que salgamos de este túnel de la impunidad. Su palabra firme y valiente puede ayudarnos a salvar vidas, para que florezca la esperanza en la Montaña.  Su silencio puede hacer más obscura y trágica la vida de los pueblos indígenas. No permitamos que las fuerzas del poder impune impongan su ley. Exijamos a las autoridades para que también alcen la voz y salgan al frente a dar la cara para rendir cuentas al pueblo. 

Tengo la firme esperanza de que urdiremos el telar multicolor de la solidaridad que tanto hace falta en la Montaña de Guerrero. La confianza que han depositado en el trabajo que realizamos es para nosotros un tesoro sagrado; lo tomo en mis manos con humildad para compartirlo con la comunidad de defensores y defensoras indígenas y mestizos que en su camino cuesta arriba en la Montaña, buscan acariciar el amanecer de la justicia. 

A nombre de Tlachinollan y del mío, agradezco  su mano extendida, su sonrisa franca, su abrazo festivo, sus palabras solidarias y sus deseos fervientes de que juntos lucharemos para que florezca la justicia en la Montaña.

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