Por la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Rodham Clinton
Acabar con la violencia contra la mujer no es una tarea de un día, o incluso de un año. Ha de exigir esfuerzos concentrados en muchos frentes, con gobiernos, organizaciones sin fines de lucro y líderes ciudadanos, todos poniendo de su parte. Lo más importante es que exigirá aprovechar plenamente al grupo aliado más grande y natural que tiene la mujer: los hombres.
En el mundo, una de cada tres mujeres será víctima, a lo largo de su vida, de un acto de violencia de género. En algunos países, esa cifra llega al 70 por ciento. Ya sea que ocurra a puertas cerradas o como táctica de intimidación pública, la violencia contra la mujer tiene consecuencias para toda la comunidad, hombres y mujeres por igual. Cuando se maltrata a la mujer, los negocios se cierran, los ingresos se reducen, las familias pasan hambre y los niños crecen internalizando creencias y comportamientos que perpetúan el ciclo de violencia. Una comunidad peligrosa para la mujer es peligrosa para todos. Por otro lado, la protección y educación de las niñas contribuye al crecimiento económico y ayuda a países enteros a prosperar.
Por tanto, está en el interés de los hombres adultos y de los jóvenes acabar con la violencia contra la mujer. Además, están en una posición única para ayudar a hacerlo. En las sociedades que marginan a la mujer, los hombres pueden defender la no violencia y la igualdad de género. Pueden cuestionar las dañinas prácticas culturales que permiten la discriminación de género. A menudo digo que tenemos que facultar con poder, empoderar a las mujeres porque ningún país puede lograr progreso económico si deja a la mitad de su población detrás. Es igualmente cierto que ningún país puede frenar la violencia contra la mujer si la otra mitad se mantiene al margen.
Hay historias en todo el mundo que demuestran cómo los hombres y niños pueden participar y manifestarse en contra de la violencia de género. Un grupo con sede en Senegal, Tostan, ha adoptado este enfoque para cambiar la peligrosa costumbre de la mutilación genital femenina. Esta práctica, terriblemente dolorosa, puede provocar hemorragias, infección, aumentar los riesgos durante el parto, infertilidad, e incluso la muerte. Tostan determinó que acabar con esta tradición de siglos de antigüedad debía ser una decisión colectiva y dirigida por la comunidad, con la participación de los líderes masculinos. Así que organizó un debate para todo el pueblo, en el que hombres y niños pudiesen escuchar a sus madres y hermanas relatar el dolor y los problemas de salud asociados a esta práctica. Finalmente, el pueblo votó en favor de acabar esa práctica.
Pero la historia no concluye ahí. Los líderes luego viajaron a otros pueblos para explicar lo dañino que es la mutilación genital femenina, y esas aldeas también votaron en favor de terminar con esa práctica. En cuestión de dos años, el gobierno de Senegal aprobó una ley que prohíbe la práctica y en la actualidad Tostan ha ayudado a cerca de 5 mil comunidades en Senegal, Guinea, Gambia, Burkina Faso y Somalia, que han decidido abandonar la tradición.
En Afganistán, líderes cívicos y religiosos hombres están ayudando a despertar la conciencia para cambiar actitudes profundamente arraigadas acerca de la mujer. El ejemplo de un muftí local en Jalalabad es especialmente llamativo. Durante años, enseñó a sus seguidores que los derechos humanos eran una imposición de Occidente, que contravenía al Islam. Luego asistió a un taller de capacitación, junto a otros 250 otros líderes afganos locales, sobre los derechos de la mujer, la familia y los niños en el contexto de las enseñanzas musulmanas. Sus debates pusieron de relieve los beneficios de la igualdad de género y la importancia del respeto y la tolerancia a la diversidad en el Islam. Hoy, ese muftí no sólo ha modificado sus creencias, sino que además con frecuencia habla sobre cuestiones de derechos durante la ceremonia religiosa del viernes y en su programa regional de radio. Se ha convertido en una voz influyente en el apoyo a la mujer en Afganistán.
En el Departamento de Estado de Estados Unidos estamos tomando medidas sobre el terreno: trabajamos con organizaciones no gubernamentales para asegurar la participación de los hombres en la prevención de la violencia contra la mujer, promovemos las oportunidades económicas y empresariales para la mujer y entrenamos a los soldados encargados del mantenimiento de la paz, en la concientización sobre la violencia de género y actividades de prevención. En lugares como la República Democrática del Congo, donde la violación masiva de mujeres se emplea abierta y repetidamente como arma de guerra, estamos ayudando a asegurarnos de que tanto hombres como mujeres trabajen en la investigación de la violencia sexual y le den prioridad a la protección de las mujeres y las niñas.
El jueves pasado, 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer. Se trata, sin duda, de una ocasión que se debe aprovechar para reiterar nuestro compromiso con la causa, para cambiar actitudes y acabar con todas las modalidades de violencia contra la mujer. Este año también se recuerda el 15 aniversario de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU, realizada en Pekín, en la que el mundo estableció el nexo determinante entre los derechos de la mujer y los derechos humanos; de igual forma se conmemora el décimo aniversario de la Resolución 1325 sobre los vínculos entre la mujer, la paz y la seguridad. Todo esto nos recuerda que eliminar la discriminación de género y la violencia contra la mujer es una lucha a largo plazo y un compromiso que todos debemos hacer en conjunto. Con hombres y mujeres trabajando de la mano, podemos acabar con la epidemia de la violencia de género; cada persona y cada comunidad a la vez.
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