sábado, 28 de noviembre de 2009

Autoridades, devoradoras de presupuestos

La prioridad debe ser reorientar el gasto federal en pro de la calidad de vida, dice Juan Pardinas; el director de Análisis de Finanzas Públicas reconoce que es un problema político, no financiero.

México enfrenta una crisis fiscal estructural. Esto quiere decir que al erario no le alcanza el dinero. El problema no es el presupuesto de 2010, sino la viabilidad de las finanzas públicas en el largo plazo. Durante los últimos 10 años, la riqueza del yacimiento Cantarell y los altos precios del petróleo marcaron la etapa de mayor bonanza fiscal en la historia de México. En 2000, el presupuesto federal por habitante era de 16,000 pesos, para 2009, esa cifra llegó a 28,000. La jauja representó un crecimiento real del gasto público de 72% en 10 años. La abundancia se reflejó en la prosperidad de gobernadores y presidentes municipales, pero no en la calidad de vida de los mexicanos. El costo de las burocracias estatales se incrementó 29%, mientras que en los ayuntamientos el crecimiento fue explosivo: 68% entre 2001 y 2007.

Conforme el pastel presupuestal se hizo más grande, también creció el hambre del ogro filantrópico, ese monstruo de la mitología nacional con el que Octavio Paz describió al Estado mexicano. Ahora el ogro de Paz ha quedado fragmentado entre alcaldías, gubernaturas, los poderes federales y una red de organismos autónomos. El único consenso entre estas autoridades es su vocación por devorar presupuestos.

Las evidencias son múltiples y obscenas. En 2008, el gobierno federal gastó 200,000 (MDP) en disfrazar, con subsidios, los precios reales de las gasolinas. El año pasado, México gastó más dinero en subsidios a combustibles fósiles que en salud, desarrollo social, procuración de justicia, seguridad pública, ciencia y tecnología. La prosperidad nacional acabó transformada en aire contaminado. Las transferencias federales a estados y municipios, entre 2006 y 2008, son mayores al valor actual del Plan Marshall, el programa de apoyo financiero para reconstruir Europa al final de la Segunda Guerra Mundial.

Actualmente, México vive una tormenta fiscal perfecta: la decadencia de nuestra producción petrolera se sumó a la contracción de la economía. Para tapar el agujero fiscal, el gobierno federal propone imponer un paquete de nuevos impuestos que gravan tanto el consumo, como el ingreso.

La Secretaría de Hacienda sostiene que en 2010, “la estrategia (fiscal) buscará que el gasto en 2010 mantenga su nivel al cierre de 2009”. Si el objetivo de los nuevos impuestos es mantener los mismos patrones de despilfarro de los últimos años, la estrategia del gobierno está equivocada. Antes de exigirle más dinero a la sociedad, nuestras autoridades deberían resolver primero el problema de un gasto público desbocado. Si se mantiene la tendencia de la última década vamos a necesitar otras reformas fiscales en 2011, 2012, 2013…

El problema es que reorientar el gasto público no es un desafío financiero sino político. Para modificar el presupuesto no se requieren tres tecnócratas y una tabla de Excell, sino una enorme capacidad para administrar conflictos. Es más fácil cobrarte nuevos impuestos a ti y a tu familia que exigirle moderación financiera a Enrique Peña Nieto (gobernador del Estado de México). Es menos bronca subir el ISR que reformar Pemex y Luz y Fuerza del Centro. Es más simple imponer un impuesto a las ventas que cancelar un subsidio regresivo como Procampo. Los contribuyentes cautivos no bloqueamos carreteras ni tenemos diputados que representen nuestros intereses en el Congreso. Se acabó la fiesta y alguien tiene que pagar los platos rotos. El gobierno federal presentó un proyecto fiscal para pasarte la factura.

* Juan Pardinas es director de Análisis de Finanzas Públicas. Instituto Mexicano para la Competitividad.


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