Obama se vuelca con la clase media
El presidente estadounidense anuncia ayudas a familias, estudiantes y jubilados - La iniciativa es parte del nuevo plan menos ambicioso que presenta mañana
ANTONIO CAÑO - Washington - 26/01/2010
El vocabulario político en boga en EE UU incluye palabras como clase media, empleos o déficit público, que representan el recortado proyecto político de Barack Obama. Se escucharán mucho mañana en su primer discurso sobre el estado de la nación y se escucharon ya ayer, cuando el presidente anunció varias iniciativas destinadas a aliviar los efectos de la crisis económica entre las familias.
El vocabulario político en boga en EE UU incluye palabras como clase media, empleos o déficit público, que representan el recortado proyecto político de Barack Obama. Se escucharán mucho mañana en su primer discurso sobre el estado de la nación y se escucharon ya ayer, cuando el presidente anunció varias iniciativas destinadas a aliviar los efectos de la crisis económica entre las familias.
Obama reunió a su equipo económico en pleno para pedirles en público que concentren sus esfuerzos en atender urgentemente las demandas de la clase media, que vive, según sus propias palabras, "la década más difícil que nunca ha tenido". Entre las primeras medidas anunciadas está una rebaja fiscal para las familias con menos de 85.000 dólares (60.000 euros) de ingresos anuales, un programa de créditos para estudiantes con menos recursos, una ayuda para las personas que tengan a su cargo a sus parientes ancianos o enfermos y la facilitación del acceso de los jubilados a sus planes de pensiones.
El presidente desarrollará esas medidas ante el Congreso en un discurso sobre el estado de la unión que recogerá la nueva estrategia de la Casa Blanca tras el terremoto político provocado la semana pasada por la victoria de la oposición republicana en Massachusetts. Esa estrategia incluye la prioridad de acciones más modestas, más visibles y de efecto más inmediato sobre los ciudadanos, en sustitución de grandes reformas estructurales, como la sanidad, la energía y la educación, cuyas ventajas no acaba de comprender el público y resultan fáciles de caricaturizar como gigantescas operaciones de agrandamiento del Estado.
Es, sin duda, un significativo repliegue de la Casa Blanca, cuyo único interés es ahora intentar interpretar correctamente el mensaje de Massachusetts y salvar lo que se pueda -que es poco- de todo lo que se ha intentado en el año transcurrido. Dicho de otra forma, éste no es un momento para las transformaciones profundas que Obama había prometido; éste es un momento para movimientos tácticos que eviten una debacle electoral en las elecciones legislativas de noviembre.
Uno de esos movimientos es el de una mayor insistencia en estimular la creación de puestos de trabajo. "Crear empleos buenos y sostenibles es la mejor forma de reconstruir la clase media", dijo ayer el presidente, que pidió al Congreso acelerar el debate de un proyecto de ley actualmente en discusión para actuar en ese frente. Va a resultar, sin embargo, muy difícil para Obama resituarse en el panorama político, convencer a los ciudadanos de la solvencia de su nueva agenda política posMassachusetts si no consigue salir razonablemente airoso de los tropiezos dados hasta ahora. La gran prueba para ello es la reforma sanitaria.
Los demócratas no tienen ya ni los votos ni la voluntad de aprobar la ley que el mes pasado fue votada por ambas cámaras. Esa es una iniciativa ya muerta, por mucho que algunos todavía adviertan del enorme error que eso constituye. "Estoy seguro de que los demócratas perdieron el Congreso en 1994 porque no consiguieron aprobar la reforma sanitaria", afirma el analista y consultor Paul Begala, que trabajó en las dos campañas electorales de Bill Clinton. "Hoy muchos demócratas temen que perderán si aprueban la reforma sanitaria. Están equivocados".
Los demócratas no saben cómo salir del laberinto. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, llevan tres días discutiendo qué hacer sin encontrar una solución.
La opción que parece patrocinar la Casa Blanca es la de recortar las ambiciones del proyecto, renunciar a la pretensión de dar cobertura sanitaria a toda la población y centrarse en algunos apartados de más claro apoyo popular que los republicanos no podrán torpedear. El seguro universal, desde luego, no ha vuelto a ser mencionado desde Massachusetts. Obama habló ayer de "una reforma sanitaria que prohíba las peores prácticas de la industria aseguradora y restaure alguna estabilidad y tranquilidad de mente a las familias de clase media".
Otro caballo de batalla pos-Massachusetts es lo que aquí se conoce como cambiar la forma en que trabaja Washington, es decir, acabar con los intereses particulares que se imponen en las votaciones del Congreso y evitar las peleas entre los partidos políticos. Las encuestas indican que ésa es la principal preocupación de los votantes que se identifican como independientes, que son los que deciden las elecciones.
Es más fácil prometer cambiar Washington que hacerlo, entre otras cosas porque, como decía ayer James Carville, el arquitecto de la victoria de Clinton, "nada puede cambiar Washington". Su consejo a Obama: echarle la culpa de todo a George Bush.
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