lunes, 7 de diciembre de 2009

AGENDA CIUDADANA

¿Falló la ciencia económica o los economistas?

Por Lorenzo Meyer

Más que la teoría económica, fue el grueso de los economistas los que fallaron. Pero una minoría reivindica a su disciplina

Predecir la crisis

¿Cómo explicar que habiendo tantos doctorados en economía, el estallido de la nueva Gran Depresión Mundial haya tomado por sorpresa a casi todos los profesionales del ramo? Aquí en México, por ejemplo, quien está al frente de la Secretaría de Hacienda tiene un doctorado en economía de la justamente prestigiada Universidad de Chicago, y ese personaje nos aseguró hace apenas unos meses que si la economía norteamericana llegara a tener gripe, una economía mexicana bien cuidada por un equipo de tecnócratas bien pagados, apenas sufriría un "catarrito".

Bueno, el resultado no ha sido ése. Hoy, el gobierno se ha visto obligado a abrir una línea de crédito con el FMI por 47 mil millones de dólares más una línea "swap" por 30 mil millones de dólares con la Reserva Federal norteamericana para apuntalar un peso muy tambaleante por la caída en las exportaciones y en las remesas recibidas. Las cifras del INEGI nos dicen que el sector manufacturero ha caído ya 16.1 por ciento a tasa anual, que pese al compromiso electoral de crear un millón de empleos al año, el desempleo va en aumento y el Colegio de Economistas pronostica una caída del PIB del 5 por ciento para este año (Reforma, 15 de abril).

Hoy, el consuelo de los economistas del gobierno mexicano -que no de los mexicanos- pudiera ser que su mal es de muchos, pues sus contrapartes norteamericanos no han hecho mejor papel. El famoso Alan Greenspan, por ejemplo, jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 1987 y 2006 y llamado por muchos "the maestro", se equivocó de cabo a rabo en su manejo de la tasa de interés, en su despreocupación ante el surgimiento y expansión de "burbujas" como la hipotecaria y en su irresponsable confianza -basada más en ideología que en realidades- sobre el compromiso de "autorregulación" de las grandes instituciones financieras. Como todos sabemos, los grandes del crédito de ese mundo -Lehman Brothers, Bear Stearns, Goldman Sach, Merrill Lynch, AIG, Morgan Stanley, Wachovia, Citigroup, etcétera- especularon hasta reventar y la "autorregulación" resultó ser, en el mejor de los casos, un concepto vacío y, en el peor, un engaño criminal.

Ciencia

La incapacidad de predecir de los economistas hoy le está costando al mundo entero billones de dólares -el cálculo del Fondo Monetario sobre las pérdidas financieras es de más de 4 millones de millones (billones en español, trillones en inglés) de dólares-, una cadena interminable de quiebras, millones de empleos desaparecidos y la frustración del futuro de una parte sustantiva de los jóvenes que en países ricos y pobres debieran estar entrando a laborar para empezar a ser los "arquitectos de su propio destino" pero que hoy tienen cerradas las puertas del mercado.

Alguien puede alegar que la falta no es realmente de los economistas sino de la ciencia económica que, como el resto de las ciencias sociales, está muy lejos de poseer exactitud en la definición de sus conceptos e hipótesis. Se puede argumentar en su descargo que pese a la aparente sofisticación de la econometría -que permitió a los economistas y tecnócratas reclamar sitio aparte en las ciencias sociales-, realmente sus supuestos básicos, como el de la competencia o la información perfectas, la racionalidad en el proceso de elección y otras, siempre fueron irreales. En suma, que la culpa no es de Ambrosio, sino de su carabina.

Mucho hay de imperfección en la economía como ciencia, pero pese a las fallas del instrumento siempre hubo un grupo de economistas, entre los que destacan Paul Krugman y Joseph Stiglitz, quienes empleando las mismas herramientas teóricas que sus colegas predijeron, en tiempos y términos adecuados, que la crisis venía. Particularmente interesante es el caso de Ravi Batra, un economista hindú formado en Escuela de Economía de Delhi y en la Southern Illinois University y que actualmente es profesor en la Southern Methodist University, en Dallas.

Batra, según algunos de sus admiradores, hace tiempo que debió de haber recibido el Nobel de economía, pero justamente por haber anunciado de tiempo atrás la crisis en que hoy se encuentra el sistema económico mundial y sus razones en al menos dos libros -Greenspan's Fraud (Palgrave, 2005) y The New Golden Age: The Coming Revolution against Political Corruption and Economic Chaos (Palgrave, 2007)-, fue mal visto por el grueso de los profesionales de la economía. Examinando las ideas de Batra, es posible suponer que quizá la incapacidad de predicción del problema que hoy afecta a la economía mundial no se encuentra tanto en la ciencia económica misma sino en los economistas que la practican.

La idea central de Batra, tomada de uno de sus maestros en India, es que para hacer equivalente la oferta con la demanda -punto central de la teoría del equilibrio en el sistema económico- un aumento en esa oferta, cuyo origen es el incremento en la productividad del trabajo, debe ser compensado con un aumento equivalente en el incremento de la demanda mediante el alza de los salarios reales. Sin embargo, por años eso no ocurrió porque el grueso de los economistas en posición de poder, y siguiendo a Greenspan, argumentó en contra de un aumento en los salarios reales (consideraron que era inflacionario) y se salieron con la suya (en valor constante, el salario mínimo por hora en Estados Unidos era de 10 dólares en 1969 y de menos de 7 dólares en 2008).

Ahora bien, como los beneficios del aumento de la productividad se fueron para el capital y no para el trabajo, la única manera de evitar la crisis y hacer que la oferta igualara a la demanda fue suplir la ausencia de aumento en los salarios reales con diferentes formas de crédito, con endeudamiento.

La tarea principal de Greenspan desde su posición de poder fue facilitar hasta el extremo la posibilidad de más y más crédito bajando las tasas de interés e inyectando confianza en los mercados con su discurso. Con dinero barato en Estados Unidos, los consumidores de todas las clases sociales, excluyendo apenas a los realmente pobres, siguieron comprando casas, autos, muebles y toda clase de bienes de consumo, pero a crédito, endeudándose. De ahí el peculiar fenómeno de instituciones que ofrecían incluso a desempleados líneas de crédito para adquirir casas sin tener que pagar nada en el inicio. La industria de la construcción creció como la espuma y arrastró a la economía.

Y no sólo fue Greenspan el que alentó el endeudamiento como forma de vida en el país vecino del norte. Entre países también lo hizo China, al financiar el creciente déficit comercial norteamericano mediante la compra masiva de bonos del Tesoro de Estados Unidos para alentar en ese país la adicción a importar sin exportar en la misma proporción.

El crecimiento vía deuda no puede ser permanente, en algún momento la realidad alcanza a las personas y a los países que sistemáticamente consumen más allá de lo que pueden pagar. Y justamente eso le ocurrió a Estados Unidos en el 2008. Y en su caída arrastró al resto del mundo, en particular a uno de sus principales socios comerciales: México.

El fondo

En esencia, el análisis de Batra sostiene que dar a los asalariados el beneficio de los aumentos de la productividad no es sólo un asunto de justicia social, que lo es, sino también de buena teoría económica. Batra predijo que alrededor del año 2000 habría un gran crash en el mercado accionario; acertó, pero como no se hizo nada al respecto y luego hubo una falsa recuperación -simplemente se abarató aún más el crédito pero se mantuvo el esquema de todas las ventajas para el capital y castigo al trabajo-, entonces el terreno quedó preparado para la gran depresión del 2008, la actual.

Ojalá Batra también sea certero en su pronóstico sobre el futuro, en ese que señala que de las cenizas de un capitalismo basado en una distribución brutalmente inequitativa de los beneficios del crecimiento económico puede surgir un sistema diferente, más apegado a la realidad y a la justicia. Claro que esa transformación no se dará de manera automática, el capital va seguir defendiendo sus privilegios y se necesita que los afectados traduzcan su justa indignación en energía política y que ésta encuentre el liderazgo que la transforme en una fuerza constructiva.

Esto pareciera estar sucediendo ya en Estados Unidos, con el resultado de la última elección y el liderazgo de Barack Obama. Sin embargo, por ahora en México no hay nada equivalente al cambio que está teniendo lugar en el país vecino. Los mexicanos seguimos avanzando en el túnel; ojalá pronto veamos alguna luz que indique la posibilidad de una auténtica salida.

P

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